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En Colombia, un tiro de gracia



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Bogotá, 4 de febrero, 2008. La indignación de un ingeniero civil que veía como una burla los intentos frustrados de la liberación de las secuestradas Clara Rojas y Consuelo González (que se conoció como la Operación Emmanuel), fue el origen de la creación de un grupo en Facebook llamado Un millón de voces contra las Farc. De ahí una marcha multitudinaria en las calles de 193 ciudades del mundo. Histórica, se dijo. Polarizada, se vivió.

Bogotá, 6 de diciembre, 2011. El tiro de gracia que recibieron cuatro uniformados (el mayor Elkin Hernández, el sargento José Libio Martínez, el intendente Álvaro Moreno y el coronel Edgar Yesid Duarte), después de estar secuestrados hasta por 14 años en manos de las Farc, provocó que varias organizaciones no gubernamentales, convocaran de nuevo una marcha contra esa guerrilla. Se vivirá este 6 de diciembre en Colombia. Habrá otra vez gritos de no más Farc, no más secuestros. Y como en el pasado, también habrá polarización. Ya no será contra Chávez y Uribe, pues el presidente venezolano es el nuevo mejor amigo de Juan Manuel Santos, pero seguramente sí habrá diatribas contra Piedad Córdoba. No solo por ser el target favorito de la derecha del país; es ella la que está poniendo en duda la versión de la responsabilidad de la guerrilla en la muerte de los cuatro uniformados. Dice Medicina Legal que recibieron impactos de bala en la espalda a solo 1,5 metros de distancia. Cuestiona Piedad si no fue fruto de una operación de rescate que el Ejército inició unilateralmente, si hubo fuego cruzado, si hubo enfrentamientos. Más aún cuando dos días atrás la guerrilla había anunciado la liberación humanitaria de seis rehenes, con la intervención de Colombianos y Colombianas por la Paz, grupo liderado por la ex senadora.

Como en el 2008, lloran los familiares. Los medios se solidarizan y se ponen la camiseta. El país vuelve a vestirse de indignación, y la solución política negociada se aleja. La sociedad civil, en suma, quiere conseguir lo que los españoles en las calles lograron contra el grupo vasco terrorista ETA: que se rindiera, que terminara esa guerra absurda, que oyera a sus propias bases políticas. Al interior de la guerrilla colombiana, las voces disidentes o se desmovilizan o las matan, no necesariamente lideran cambios estructurales intrínsecos. El organigrama jerárquico del secretariado parece empeñado en marcar su declive: no solo viola todas las normas del Derecho Internacional Humanitario al asesinar a los rehenes, también recluta menores de edad, viola mujeres, vive del narcotráfico.

Aún quedan 11 policías y militares en la selva, sin contar al menos 700 secuestrados por motivos económicos, que nunca serán tema de discusión ni de intercambio humanitario. Números inciertos que en todo caso sí representan episodios de dolor para sus familias, que estas semanas volvieron a salir a la palestra pública: un niño reclamando airadamente a las Farc porque tiene los años que duró su padre en cautiverio  y finalmente no lo pudo conocer; un padre crítico de las “políticas del gobierno de tener oficiales para que las Farc los asesine”; una hermana a quien un ataúd con banderas colombianas calificando a su familiar como héroe de la patria, “de nada me sirve”.

Y es precisamente entre las víctimas donde el unanimismo se rompe. Las mismas organizaciones  han polemizado sobre el sentido real de la protesta. Mientras los integrantes de la Caravana por la libertad (un grupo de motociclistas liderado por el periodista Herbin Hoyos famoso por su programa radial las Voces del Secuestro) y los de Colombia Soy Yo (una ONG de ex secuestrados y familiares que quiere una Colombia sin grupos armados al margen de la ley), buscan que sea una marcha a favor: de los secuestrados y sus familias; otras organizaciones como Indígnate Colombia y Manos Limpias (un movimiento que otra vez, citando a España, le gustaría lograr a lo que llegaron los Indignados en el país europeo), promueven una marcha en contra: de las guerrillas y todo tipo de violencia. Son dos mensajes distintos que en el pasado y también ahora, han llevado a discusiones profundas y relevantes sobre la violencia en el país: ¿Por qué no hay enérgicas movilizaciones contra el paramilitarismo, y por qué cuando se han promovido, siempre han resultado en estigmatizaciones desde el mismo gobierno y algunos medios de comunicación contra partidos de izquierda y ong’s que las promueven?

Todo esto sucede justo cuando el presidente Santos iba a lanzar su nuevo plan de guerra, que incluye un aumento del pie de fuerza de hasta 400 mil hombres. Justo cuando hay una discusión en el Congreso de un nuevo marco jurídico para la paz, que permita reinserciones más expeditas sin que dejen de ser castigados los crímenes de guerra.

Hace casi cuatro años, la masiva marcha contra las Farc fue usada entonces por la administración del mandatario Álvaro Uribe para buscar un plebiscito que le asegurara su segunda reelección. No lo consiguió porque la Corte Constitucional se pronunció en derecho. Santos tiene casi su reelección asegurada, pero asegurar la derrota política de las Farc sobre su derrota militar es un paso más que conveniente. Y eso sí que es la marcha: una manifestación de lo que la sociedad políticamente quiere. ¿Una presión contundente para la rendición de la guerrilla?, ¿Un tiro de gracia o no al diálogo? Está por verse. Mañana o mucho más adelante.

Jenny Manrique es una bloguera que contribuye a AQ Online. Es periodista colombiana y fellow de la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF) y del Dart Center for Journalism & Trauma.

ABOUT THE AUTHOR

Jenny Manrique es una bloguera contribuidora para AQ Online. Ella es una periodista colombiana que ha escrito para medios como Semana, Votebien.com, El Espectador, Latinamerican Press y Folha de São Paulo. Actualmente trabaja como periodista freelance. Su cuenta de Twitter es: @JennyManriqueC.



Tags: Colombia, Crime and Security, FARC
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