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18 en Latinoamérica: Estrella de fútbol – o mecánico de automóviles?

Reading Time: 4 minutesMaynor pondera sus sueños en contra de los peligrosos obstáculos de la vida de un joven en las afueras de San Salvador.
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Salvador Meléndez/AP

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Había sido un día particularmente violento en El Salvador cuando Maynor entró a un Mister Donut a las 7 p.m. en punto para una entrevista.

Cuando el país aparece en las noticias internacionales, suele ser a causa de las pandillas. En la mañana de ese miércoles de marzo un tiroteo en el centro de San Salvador acabó con seis personas muertas. Más tarde esa noche nueve personas más murieron en un enfrentamiento entre pandilleros y policías.

Para Maynor, como para la mayoría de salvadoreños, era un día como cualquier otro: sólo estaba intentando seguir adelante con su vida. Había pasado toda la noche en un hostal donde trabaja como conserje y encargado por 300 dólares al mes; ha trabajado desde que tenía 14 años. Su padre, un conductor de taxi sin licencia, y su madrastra se ocupan de cinco niños más pequeños y un bebé, así que necesitan su ayuda para pagar las cuentas. Después de su turno en el hostal  fue a la escuela. Cuando entró a la zona de comidas de un centro comercial en Antiguo Cuscatlán, a las afueras de San Salvador, estaba cansado pero justo a tiempo.

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Viendo el menú, prefirió un tamal de pollo en vez de las donas y se puso a conversar mientras esperaba.

Entre la escuela, el trabajo y la iglesia evangélica a la que asiste los sábados y domingos, su tiempo libre es escaso. Pero el que tiene se lo dedica a su primer amor, el fútbol.

Cuando describe sus hazañas como el delantero estrella del equipo de su escuela, su actitud reservada desaparece y es reemplazada por una sonrisa brillante. También comenzó un equipo con sus amigos de la iglesia. La camiseta de fútbol de un rojo brillante que lleva puesta, una copia del equipo italiano Roma, le costó 14 dólares pero valió la pena: en la espalda, en letras nítidas blancas, se lee su nombre.

Se sentó con su comida y un jugo de naranja en sus manos.

“No le caigo bien a algunos chicos, dicen que soy muy serio”, dijo, sin darle importancia.

“Simplemente soy callado. No me meto con nadie. A duras penas salgo”.

Maynor no es un pandillero, pero creció teniéndolos de vecinos y de compañeros de escuela. Ser discreto, mantenerse alerta y evitar salidas innecesarias es todo parte de un cálculo cuidadoso para alejarse de los problemas.

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Hasta ahora, Maynor ha logrado evitar cruzarse con las pandillas. El año pasado corrió el rumor de que la pandilla que controlaba la escuela iba a deshacerse de todos los estudiantes que vivieran en territorio enemigo. Maynor inmediatamente cambió de escuela. Historias como esta se esparcen de boca en boca, aumentando los miedos de la población. Una vez se dijo que las pandillas habían prohibido que las mujeres tuvieran pelo rubio o rojo. ¿Quién sabe de dónde salió esto? Según Maynor, cientos de mujeres se tiñeron el pelo castaño de todas maneras.

Las pandillas no son su único problema. Comunidades como la suya vienen con un estigma. Maynor toma precauciones. La dirección en su documento de identidad es la de la exnovia de su padre, aunque Maynor ha vivido en la misma casa toda su vida. Cuando un miembro de la Mara Salvatrucha fue asesinado en su calle, su padre lo acompañó hasta la casa, pasando a los oficiales de policía que estaban reuniendo a hombres de su edad para interrogarlos.

Si insistes, Maynor da una descripción de una palabra del lugar en el que vive (“peligroso”) y cambia de tema. Este centro comercial está afuera de su barrio, pero hay ciertos temas que preferiría no tocar.

Con el paso de las semanas, Maynor se relaja, empieza a hablar más, pero la conversación sigue yendo hacia puntos sin salida. Hablar sobre las pandillas es riesgoso. Hablar sobre la escuela lo hace cohibirse. Maynor tiene 19 años, pero todavía está en noveno grado. Cuando sus padres se divorciaron, dejó la escuela por cuatro años para ayudar a su madre. Ahora es el más alto de sus compañeros, que tienen 15 años, y sobresale por sus modales formales y su preferencia por las camisetas con cuello.

Su futuro es incierto: sugiere que le gustaría convertirse en diseñador gráfico, o quizás en un mecánico de automóviles.

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“No sé si voy a seguir estudiando el próximo año”, dijo casualmente.

Al menos por ahora sigue en la escuela y en su equipo de fútbol. El año pasado, cuando era nuevo, perdían de mala manera y terminaron últimos. Ahora es el capitán del equipo y se le pidió que leyera el juramento que los atletas recitan al comienzo del campeonato. Mostrando su sonrisa brillante, dijo que usará su camiseta de la Roma.

“La profesora ni siquiera me preguntó, sólo me dijo que yo sería el encargado”, expresó. “Soy el mejor”.

Guzmán es una periodista que vive en El Salvador

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