Politics, Business & Culture in the Americas

Cómo revertir el efecto de la pandemia en la educación latinoamericana

A pesar de las estadísticas desoladoras, es posible un renacimiento del aprendizaje tras la pandemia, si los gobiernos eligen el camino correcto.
En Ciudad de México, los padres se preparan para que los alumnos vuelvan a la escuela después de varios meses de encierro.Angel Morales Rizo / Eyepix Grou/Barcroft Media via Getty Images
Reading Time: 7 minutes

Este artículo ha sido adaptado del informe especial de AQ sobre la crisis educativa Read in EnglishLer em português

La pandemia del COVID-19 trastocó los sistemas educativos de todo el mundo, pero los desafíos en América Latina han sido especialmente agudos. Las decisiones políticas a lo largo de toda la región condujeron al promedio más elevado de cierres de escuelas en cualquier parte del mundo. Pero cuando las aulas volvieron a abrirse, la desconfianza de los padres hacia el gobierno impidió que muchos volvieran a enviar a sus hijos. Mientras tanto, la limitada conectividad al Internet y el retraso en las competencias digitales hicieron que las formas alternativas de aprendizaje fueran quizás aún menos eficaces en América Latina que en otros lugares. En términos generales, el acceso a la educación y las tasas de matriculación en la región podrían retroceder 10 años o más como resultado de la pandemia, con graves consecuencias para el crecimiento económico, la estabilidad política, la gobernanza democrática y los esfuerzos para reducir la pobreza y la desigualdad. Desde la “década perdida” de los años 1980, la educación latinoamericana no se ha enfrentado a una amenaza tan grave.

Hay tres caminos que los gobiernos, la sociedad civil, los padres y los profesores pueden tomar como respuesta. Si aprenden del pasado, y eligen sabiamente, la pandemia podría ser un trampolín para rehacer la educación latinoamericana mejor de lo que era antes. Sin embargo, si se elige el camino equivocado, es seguro que el estancamiento y las pérdidas de aprendizaje de la década de 1980 volverán a aparecer —y se agravarán. La buena noticia es que muchos en la región ya han mostrado el camino a seguir. Desde Brasil hasta México, los gobiernos locales, las universidades y el sector privado han afrontado la COVID-19 con colaboración e ideas nuevas. Pero un futuro auténticamente mejor requerirá una dosis aún mayor de ambición.

Ponerse al día

Para entender hacia dónde debe dirigirse la educación latinoamericana, primero hay que comprender lo mucho que ha avanzado desde la década de 1980, cuando los recortes presupuestarios realizados en respuesta a las crisis de la deuda de la región provocaron el estancamiento de las tasas de matriculación y el rendimiento de los estudiantes. No es de extrañar que estos efectos se hayan dejado sentir con mayor intensidad en las familias con menores ingresos, ya que las desigualdades en el gasto educativo se agudizaron y los estudiantes sin acceso a la educación privada se quedaron más rezagados. En respuesta, los gobiernos de la región apoyaron reformas que produjeron beneficios visibles, como el incremento de los requisitos de la educación obligatoria, que llevó a un aumento significativo de los niveles de escolarización en toda la región. En 2020, América Latina tenía una matrícula casi universal para la escuela primaria y el primer ciclo de secundaria. En general, el número de niños sin escolarizar se redujo de 15 millones en 2000 a 12 millones en 2018, según la UNESCO. En ese tiempo, la proporción de estudiantes que completaron la educación primaria aumentó del 79% al 95%, mientras que la finalización de la educación secundaria del ciclo inferior aumentó del 59% al 81% y la finalización del ciclo superior de la educación secundaria aumentó del 42% al 63%, todos por encima de los promedios mundiales.

A pesar de estos avances, siguen existiendo importantes lagunas. Uno de cada tres niños de entre cuatro y cinco años de la región no asiste a la educación preescolar. Sólo cuatro de cada cinco permanecen matriculados entre los 13 y los 17 años, y el 14% de los alumnos de esa edad siguen en la escuela primaria como consecuencia de la repetición crónica. Las oportunidades educativas siguen estando estratificadas por el nivel socioeconómico: más de la mitad de los niños de familias con bajos ingresos de las zonas rurales no logran completar los nueve años de educación básica. En su conjunto, la mitad de los estudiantes latinoamericanos se encuentran por debajo de los índices mínimos de lectura a los 15 años, según las evaluaciones de la OCDE. La COVID-19 ha exacerbado estos problemas —y ahora amenaza con revertir los avances que se han logrado recientemente.

Tres formas de avanzar, una gran oportunidad

Paradójicamente, la crisis actual podría fomentar un ciclo de reformas para afrontar estos retos y hacer que la educación sea más inclusiva y se ajuste más a las necesidades de un mundo cambiante y complicado. Sin embargo, esto sólo ocurrirá si las partes interesadas de todos los lados de la ecuación adoptan el enfoque correcto. Sus opciones son la negación, el ahorro o la ambición.

La primera de ellas sería la peor. Los responsables de las políticas del bando de la negación podrían pensar que su trabajo ha terminado una vez que las escuelas hayan reabierto completamente. Pero esto ignoraría los profundos efectos que dos años de pandemia han tenido ya en los sistemas educativos: pérdida de aprendizaje, desinterés, deserción estudiantil, agotamiento de los profesores y una creciente falta de confianza entre la población, las autoridades educativas y los gobiernos.

Esto es especialmente cierto en el caso de los estudiantes de familias de bajos ingresos, donde las limitaciones en el aprendizaje en casa se han visto agravadas por los efectos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia. La conectividad al Internet y la brecha de competencias digitales entre los estudiantes y profesores de altos ingresos y sus compañeros de ingresos más bajos son los principales ejemplos. Mientras que, en términos generales, el 77% de los jóvenes de 15 años de América Latina tiene una conexión de Internet en su casa, la cifra es de sólo el 45% para los estudiantes del quintil de ingresos más bajos, según el Banco Mundial.

Por su parte, el bando del ahorro percibiría el estatus quo como un objetivo valioso. Se trataría de recuperar las pérdidas de aprendizaje y las tasas de matriculación relacionadas con la pandemia, tal vez mediante una combinación de horas de clase adicionales y aprendizaje híbrido, aunque guiados por la preocupación por nuevas limitaciones fiscales.  Sin embargo, antes de la pandemia, el 30% de los empresarios de América Latina consideraba que la escasa formación de la mano de obra era un grave obstáculo para la productividad, en comparación con el 20% en todo el mundo.  ¿Por qué simplemente tratar de volver a las cosas como estaban?

En contraste, una mentalidad ambiciosa tendría como objetivo reconstruir de mejor manera. El objetivo sería nada menos que un renacimiento de la educación, para preparar a los estudiantes con las competencias que necesitan para poder mejorar sus circunstancias y las de sus comunidades en el futuro.

Este renacimiento de la educación latinoamericana se basaría en la búsqueda de tres objetivos simultáneos: mejorar la eficacia de la educación mientras continúe la actual pandemia, recuperar y reconstruir las oportunidades educativas después de la pandemia, y hacer que los sistemas educativos sean más resistentes a futuras disrupciones y estén mejor equipados para preparar a los estudiantes.

Para alcanzar estos objetivos será necesario, en primer lugar, realizar un diagnóstico completo de cómo ha cambiado el contexto educativo con la pandemia. Los educadores y los gobiernos tendrán que desarrollar nuevas estrategias de enseñanza que puedan responder a esos cambios y adaptarse a futuros brotes. Por último, los países latinoamericanos deben mejorar las capacidades de los profesores, los administradores, los estudiantes, las familias y los sistemas educativos en general. La coherencia y la coordinación entre estos objetivos y la respuesta de políticas públicas será fundamental, ya que reunirá a todas las partes de la ecuación educativa para buscar estrategias comunes. Un enfoque fragmentado o aislado—en el que se enseñe a los profesores a utilizar las plataformas digitales pero se mantenga igual la conectividad de los hogares actual, por ejemplo— no será suficiente. Tampoco lo hará el simple hecho de intentar recuperar el terreno perdido añadiendo elementos a unos planes de estudio ya sobrecargados. Por el contrario, es necesario acelerar los planes de aprendizaje y volver a establecer cuáles son las prioridades. Esto puede sonar utópico, pero ya hay indicios de que se está produciendo un cambio así de ambicioso.

La oportunidad en la crisis

En un estudio reciente, mis colegas y yo identificamos una serie de innovaciones educativas desarrolladas durante la pandemia. Muchas de ellas coincidían con una ambiciosa visión para el futuro de la educación propuesta recientemente por una comisión internacional de la UNESCO.

En Brasil, por ejemplo, la falta de liderazgo nacional en materia de educación llevó a los gobiernos estatales y a las organizaciones de la sociedad civil a generar sus propios enfoques escolares durante la pandemia. Estos incluyeron la creación, en un tiempo récord, de un programa de aprendizaje en el estado de São Paulo para mantener la educación a través de una amplia variedad de sistemas de entrega. Una plataforma en línea para apoyar el aprendizaje y la evaluación de los estudiantes se complementó con televisión, radio, WhatsApp y paquetes de aprendizaje impresos. Y lo que es más importante, esto vino acompañado de programas para ayudar a los profesores y directores de escuela a mejorar también sus propias competencias. El proyecto fue el resultado de una colaboración sin precedentes entre el gobierno del estado, la Universidade Federal de Juiz de Fora y el apoyo de varios líderes empresariales y compañías del estado.

Mientras tanto, algunos gobiernos estatales de México desarrollaron mejoras al programa nacional de educación por televisión. Los funcionarios de Guanajuato, por ejemplo, desarrollaron un programa en línea de guías de estudio interactivas para el hogar y proporcionaron información periódica y en tiempo real a los estudiantes.

En Colombia, el Comité Internacional de Rescate elaboró materiales educativos basados en audio para atender las necesidades de aprendizaje social y emocional de los estudiantes venezolanos refugiados, una faceta de la educación que se vio muy alterada por la pandemia. También en Colombia, Alianza Educativa, una organización sin ánimo de lucro que dirige 11 escuelas concertadas en Bogotá, convirtió su tradicional plan de estudios de aprendizaje social y emocional en una estrategia para los niños y sus familias en comunidades vulnerables.

La lista continúa: una evaluación de las competencias digitales de los profesores en Costa Rica, una plataforma de código abierto para mejorar la formación del profesorado en Guatemala, un programa de desarrollo en línea para profesores en las zonas rurales de Perú. El denominador común de todos estos programas fue la colaboración: innovaciones institucionales como resultado de nuevas colaboraciones o de la ampliación de las existentes. Esta tendencia se dio en toda la región. Las universidades de América Latina, en especial, mostraron su compromiso con el bien común, apoyando a las escuelas públicas durante la pandemia de una forma que bien podría tener efectos duraderos en la forma en que estas instituciones definan sus misiones en el futuro.

En Chile, por ejemplo, el Presidente Sebastián Piñera pidió a los rectores de la Universidad de Chile y de la Pontificia Universidad Católica que se unieran para ayudar al gobierno a desarrollar una serie de respuestas políticas para mitigar los efectos de la pandemia. La Universidad Católica ayudó a los sistemas de enseñanza pública a replantear sus planes de estudio, centrándose en ayudar a los profesores a comprender y ampliar su papel de apoyo en el desarrollo social y emocional de los alumnos.

La diversidad de ejemplos sugiere que el renacimiento de la educación puede ser diferente de un país a otro. Pero existe un esquema. La COVID-19 condujo a una de las crisis más graves de la historia de la educación en América Latina. Pero también ha creado nuevas vínculos entre actores públicos y privados y ha producido innovaciones sin precedentes. Mantener la prioridad en la mejora de la educación, sostener el liderazgo colectivo y profundizar en la innovación ayudaría a restaurar la fe no sólo en las instituciones educativas, sino también en el gobierno, en el régimen democrático y, sobre todo, en un mejor futuro.

ABOUT THE AUTHOR

Reimers, a professor at the Harvard Graduate School of Education, is coeditor of Learning to Build Better Futures for Education, a book documenting case studies on education inno­vation during the pandemic. He is also author of several other works looking at the impact of COVID on education.


Tags: Education, The COVID Generation
Like what you've read? Subscribe to AQ for more.
Any opinions expressed in this piece do not necessarily reflect those of Americas Quarterly or its publishers.
Sign up for our free newsletter