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Haiti Detrás del Cristal



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(Homepage rotator photo: Haitians in Grand Boulage are employed in one of UNDP’s watershed management projects that are part of reconstruction and rehabilitation efforts. Courtesy of United Nations Development Programme.)

No es fácil realmente conocer la realidad de Haití y no precisamente porque los haitianos sean desconfiados o no quieran contar su historia. No es fácil conocer Haití porque nadie que no sea haitiano pone un pie en el día a día de la calle.

Hasta mil organizaciones no gubernamentales (ONGs) están trabajando en el país, una gran mayoría internacionales, pero los expatriados no pasean por Puerto Príncipe, no compran en los supermercados haitianos, ni se paran a adquirir siquiera una tarjeta para recargar el móvil en la pequeña tienda de la esquina. Al extranjero los haitianos lo ven montados en pick ups nuevas, circulando con los pestillos de seguridad echados y con la clara directriz de no bajarse del vehículo a hacer ninguna foto o tomar imágenes. El riesgo de secuestro es lo primero que a uno le advierten al llegar al país.

De vez en cuando por la carretera se cruza algún camión de la MINUSTAH presente en el país desde el 2004. Los cascos azules patrullan bajo el capítulo siete del Consejo de Seguridad, toda una operación de paz. Su presencia apoya el trabajo de los 10.000 policías del país garantizando la seguridad de un país de cerca de diez millones de habitantes. El toque de queda para el extranjero es de 11 de la noche a 6 de la mañana, tiempo en que la policía de Naciones Unidas no patrulla.

Cartel del candidato para la presidencia Jude Célestin. Photo by Tábata Peregrín.

Pero, es real la inseguridad que nos venden a los visitantes? Reniteau Ojean, profesor de comunicación de la Universidad de Puerto Prince lo pone en duda. “No nos podemos comparar con un país como Afganistán. El  problema es que los mismos haitianos sobreprotegemos al extranjero”.

“¿Qué hace la MINUSTAH aquí? No tenemos una guerra civil. Colombia o México son países  mucho más violentos y no hay una misión de paz”, dice una médica haitiana formada en EEUU y Europa que prefiere mantener el anonimato. Cerca de 800 millones de dólares al año cuesta la misión de Naciones Unidas a la comunidad internacional.” Si nos dieran ese dinero podríamos montar nuestro propio ejército -desaparecido en 1994-, mejorar la policía, y el papel militar de la MINUSTAH ya no sería necesario, explica Reniteau Ojean.

Mientras tanto los tap-tap, las viejas camionetas pintadas de mil colores que hacen las veces de transporte se llenan de haitianos que tratan de seguir su vida, los niños van al colegio con los uniformes sorprendentemente limpios y planchados a pesar del polvo que desprenden las carreteras, si es que se les pueden llamar carreteras -menos de un 5 por ciento de la red de vías del país están asfaltadas- y hay quien incluso se casa. “Hay sábados que tenemos hasta tres bodas”, explica el dueño de Villa Mamika, un pequeño hotel en Croix de Bouquet, pequeña ciudad al oeste de Puerto Principe.

La vida real sigue en la calle pero los extranjeros que vienen a reconstruir el país la ven detrás de un cristal salvo cuando caminan por los campamentos de refugiados con sus identificaciones bien visibles o visitan proyectos de desarrollo.

*Tábata Peregrín is a blogger that contributes for AQ Online who is currently in Haiti.  She is a freelance journalist based in Madrid and is the author of the forthcoming Dispatches from the Field article (AQ, Winter 2011) that looks at the lives of released Cuban political prisoners in Spain.



Tags: Consejo de Seguridad, Haiti, MINUSTAH, Naciones Unida, Reniteau Ojean
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