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El fútbol que nos hace soñar (y matarnos)



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Cerca de 57 mil colombianos han acompañado desde las tribunas a la Selección de fútbol y se han deleitado con los 11 goles que tienen al país en los cuartos de final de la Copa del Mundo, mientras un sentimiento de euforia e histeria colectiva inunda a la patria. Grandes empresarios y grandes endeudados que empeñaron hasta la casa para poder ir a Brasil, se encuentran entre ese público futbolero conocedor o ignorante del deporte de masas, pero capaz de aglutinarse ante ese proyecto de nación en que se ha convertido el fútbol.

Hasta el presidente Juan Manuel Santos, quien decretó el viernes como día cívico para que los empleados públicos puedan ir a su casa a ver el decisivo partido Colombia-Brasil, se aseguró un lugar en el estadio Castelão, en Fortaleza, junto a la presidenta del equipo anfitrión y rival, Dilma Rousseff. También millones seguiremos el partido por televisión, mientras un nombre memorable que vitorearía fielmente desde las tribunas, será el gran ausente de esta fiesta: Andrés Escobar.

A 20 años de su absurda muerte ocurrida el 2 de julio de 1994 en Medellín, cuando no habían pasado ni 10 días del autogol que el delantero hizo en el partido contra Estados Unidos, su nombre y los 6 tiros que lo extinguieron, retumban en la memoria de una sociedad testigo de los tentáculos criminales del narcotráfico. El último mundial al que había ido Colombia, no solo dejó un sabor amargo por su descalificación, sino por acto criminal que como ningún otro (ni siquiera las muertes de ministros, candidatos presidenciales, bombas indiscriminadas) hizo sentir a los ciudadanos indignados y avergonzados.

El asesino Humberto Muñoz pagó solo 12 años de cárcel. Era escolta de los hermanos Pedro David y Santiago Gallón Henao, reconocidos narcotraficantes de Carlos Castaño y luego socios del Chapo Guzmán, quienes en este caso solo pagaron 15 meses de prisión domiciliaria por el delito de encubrimiento y US$750 de fianza. Fueron los Gallón Henao quienes increparon a Escobar en una discoteca por el autogol, pero que gracias a su poder dentro de la Medellín de sicarios en moto, nunca fueron juzgados como determinantes del crimen, ni se esclareció del todo su relación con las jugosas sumas que la mafia se jugaba en las apuestas del mundial de entonces.

Las presiones que tenían los jugadores de esa icónica selección de ‘El Pibe’ Valderrama, Freddy Rincón, René Higuita y Leonel Álvarez, muy bien retratadas en el documental “Los dos Escobar” de los directores Jeff Zimbalist y Michael Zimbalist, distan mucho de la tranquilidad y confianza que se ve a los jugadores del equipo de hoy. Jóvenes como el crack James Rodríguez y el pase-gol Juan Guillermo Cuadrado, vivieron su infancia en la década de los 90, turbulenta pero quizá la salida a los peores años del narcoterrorismo. Se fueron a clubes europeos y aunque comenzaron de locales, no pertenecieron a esas plantillas financiadas por la mafia como el América de Cali y el Atlético Nacional de los 80s.

No obstante esa pasión desbordada y esa identidad—que en la Colombia de hoy no generan ni los políticos ni la mentada paz, pero sí el juego bonito de esta selección—no evita que dejemos de matarnos. Ya van 19 muertos y casi 4000 riñas tras las cuatro victorias, y cada vez que hay partido, las autoridades se desbordan en medidas de seguridad, imponen la ley seca (prohibición de venta de bebidas embriagantes) y hasta toque de queda para menores.

Como si fuera poco, por lo menos en Belo Horizonte, los colombianos han sido el grupo de extranjeros con más detenidos por delitos como entrar marihuana a los estadios, revender boletas y como no, emborracharse y pelear. Hasta el Ministerio del Interior lanzó la campaña “Fútbol en paz”, simplemente para que dejemos de matarnos.

¿Qué hay en la cultura colombiana que no nos deja llorar los goles y abrazarnos, en vez de salir a celebrar la victoria con balas y muerte? Son épocas más sosiegas como no, parece que ya no hay mafias ni narcos detrás de los equipos, y el resultado del campeonato ya es de por sí histórico para Colombia. Pero todavía no nos hemos desprendido de la violencia lastre que nos identifica, de la falta de cultura ciudadana, de las muestras de odio entre el que piensa distinto, y eso que aquí todos somos la misma hinchada.

“El fútbol es la única religión que no tiene ateos”, dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Ojalá que a diferencia de las religiones, dejemos de matarnos cuando nuestros dioses no ganan. Ojalá que gane Colombia este viernes.

ABOUT THE AUTHOR

Jenny Manrique es una bloguera contribuidora para AQ Online. Ella es una periodista colombiana que ha escrito para medios como Semana, Votebien.com, El Espectador, Latinamerican Press y Folha de São Paulo. Actualmente trabaja como periodista freelance. Su cuenta de Twitter es: @JennyManriqueC.

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